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Resistir sin agua y en desigualdad en Ventanilla

Madres del asentamiento humano Buena Vista viven desde hace más de una década sin el abastecimiento ordinario del agua potable. Por la necesidad, han aprendido a gestionar el recurso proveído únicamente por cisternas. La situación se puede agravar con el déficit hídrico que alertan los especialistas por el cambio climático.

Por: María Morales Isla / Unidad LR Data
Publicado el 09 de junio de 2022

Rodeadas de arena y entre viviendas rústicas de perfiles disueltos por la neblina, Liliana Lezama y Rosa Arteaga aguardan cada tres o cuatro días el arribo de los camiones cisterna para comprar el agua potable. Ambas lideran una olla común en el asentamiento humano Buena Vista, en Pachacútec.

—El agua se acaba rápido —advierte Liliana.

La batalla por el agua ha sido constante en Pachacútec. Desde hace 11 años, Liliana Lizama y Rosa Arteaga distribuyen sus gastos entre la alimentación y el pago por el recurso: 18 o 20 soles por tanque en la actualidad. Y todo se agota al tercer o cuarto día.

Si bien Sedapal llega esporádicamente hasta esta zona, el recurso que abastece en forma gratuita resulta insuficiente. Es por ello que las madres de la olla común El Ángel del Rosal Pendiente se ven obligadas a la compra de agua de los camiones cisterna, a fin de garantizar la alimentación de las familias en situación de vulnerabilidad.

Gestión comunitaria del agua

Según Sedapal, Ventanilla es uno de los distritos con menor consumo doméstico por cada millón de habitantes, cuya cifra no supera los 120 litros al día por persona, que es el indicador mínimo deseado, frente a otros distritos con mayor ingreso económico, donde superan los 250 litros.

“Cada 15 días (Sedapal) nos reparte el agua y a veces, cuando una llega con su envase, ya se acabó. Por eso nosotras recurrimos y pagamos a la cisterna. Adicionalmente, pagamos por el aguatero. En un momento eran casi 100 soles al mes”, recuerda Rosa Arteaga, lideresa de la olla común.

En el distrito, más del 10% de ciudadanos no cuenta con servicios de saneamiento o con agua vía red pública o pilón. Asimismo, las personas que cuentan con red por pilón solo tienen el recurso cada 15 días. Imagen: Captura de pantalla plataforma Red Informa del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (2022).

Enfundada en una casaca oscura, Rosa Arteaga cuenta que, en ocasiones, llevaba su ropa hasta su trabajo, en Miraflores, para poder lavarla cuando no podía juntar agua en su vivienda. Liliana Lizama, que vive al costado, cuenta que reutilizaba el líquido con el que lavaba sus platos y ollas. Así, no perdían ni una sola gota.

Bajo estas circunstancias, las mujeres del asentamiento humano optaron por juntarse para compartir el agua. Es decir, en una labor comunitaria, una regalaba la poca agua que tenía a la vecina. Esta práctica se extendía a otras zonas que sí contaban con agua, pero solo por horas. Fue así que, de manera fortuita, en Pachacútec comenzaron a gestionar el recurso hídrico para sus hogares.

Todo el esfuerzo comunitario, sin embargo, se advierte insuficiente en este asentamiento humano Buena Vista, frente al estrés hídrico que pueden generar los efectos del cambio climático para Lima y Callao.

Cambio climático y vulnerabilidad

De acuerdo con Gena Gammie, directora del Proyecto de Infraestructura Natural para la Seguridad Hídrica de la ONG Forest Trends, la vulnerabilidad climática tiene un impacto en los recursos hídricos por las sequías y las intensas lluvias, que ya se están viviendo. La intensificación del cambio climático tendrá mayores repercusiones.

Fátima Contreras, especialista de la Sociedad Peruana de Desarrollo Ambiental (SPDA), resalta que el cambio climático incrementa los riesgos hídricos. Puede haber déficit de agua (por la escasez en el abastecimiento de cuencas) o también las inundaciones (por la intensidad de las lluvias). Para enfrentar ello, los reservorios son necesarios para almacenar la mayor cantidad del caudal de los ríos y utilizarlo en periodos secos.

Gena Gammie destaca que, en un periodo de largo plazo, no se cubrirá el 40% de la demanda de agua. En Lima y Callao, asegura, el consumo es de tipo doméstico y económico, y sus distritos se encuentran en el espacio más desértico del país, donde se registra solo el 2% del agua a nivel nacional. A eso se suma que, en 2020, ya hubo una declaración de emergencia por déficit hídrico, aunque incluía a otras regiones.

“Tenemos una demanda de agua muy fuerte y consistente. Nuestra disponibilidad es baja en periodos sin lluvia. Cuando tenemos un escenario de cambio climático, esas lluvias se intensifican en periodos cortos y nos perjudica, pues no tenemos la infraestructura adecuada para reservar. No tenemos capacidad de almacenamiento. Vivimos sin un buen sistema de reservorios”, sostiene.

En el caso de Ventanilla, se recibe agua por medio de las cuencas del Rímac y Chillón. Sin embargo, ambas presentan un menor número per cápita para abastecer a la población. Según la ONG AquaFondo (2016), la cifra de las cuencas es ocho veces menor que el índice de escasez de agua crónica, lo que representa una alarma de escasez hídrica.

De acuerdo con un informe de AquaFondo (2016), un país o una cuenca presenta “estrés hídrico” cuando la disponibilidad de agua dulce per cápita está entre 1,000 y 1,700 m3. En el caso de las cuencas que abastecen Lima y Callao, estas registran 125m3, ocho veces menor. Imagen: Captura de pantalla informe de AquaFondo (2016).

De acuerdo con el último reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el caudal promedio del río Chillón alcanzó 10,50 m3/s para inicios de este año, lo que representó un aumento de 30,9% respecto a febrero de 2021 (8,02 m3/s). Sin embargo, la cifra representa una disminución de 2,2% en comparación con el promedio histórico (10,74 m3/s).

Mariella Sánchez, directora ejecutiva de la ONG AquaFondo, apunta que los ríos Chillón y Rímac ya se encuentran desgastados y desabastecidos, lo cual perjudica la demanda del recurso, toda vez que hay una sobrepoblación.

“Son 800.000 familias las que no tienen redes de agua o alcantarillado, según Sedapal. Pero, aun si tuviéramos, cómo vamos a abastecer todas las redes públicas, si hay una escasez de agua. No va a haber agua suficiente”, agrega.

Por otro lado, la pérdida de glaciares también impacta en el recurso del agua. Sin embargo, según la Dirección de Hidrología del Senamhi, las repercusiones para Lima y Callao son menores. Gena Gammie destaca que, si bien los glaciares están en retroceso, el cambio climático afecta sobre todo el ecosistema de las cuencas. Además, el río Chillón es uno de los más contaminados.

En ese escenario, las especialistas proyectan un incremento del déficit hídrico. Esto impedirá atender la demanda de agua de zonas que ya no cuentan con el recurso como Pachacútec. Es decir, se incrementará la brecha de desigualdad.

“El cambio climático está haciendo lo suyo. Tenemos menos lluvias o eventos extremos de demasiada lluvia. En enero y diciembre, por ejemplo, no hubo lluvias. Entendamos el cambio climático como un problema social y económico, también de género”, puntualiza Mariella Sánchez.

Desigualdad invisible

Fátima Contreras, de SPDA, recuerda que las mujeres cumplen un rol importante en la gestión del agua, ya que juegan bastante roles en la administración del hogar. “Mientras haya más dificultades para atender las brechas de abastecimiento, ellas también tendrán más dificultades”, acota.

Para Mariella Sánchez, de AquaFondo, el desabastecimiento de agua potable representa un serio problema de desigualdad, debido a que las mujeres son quienes intensifican sus labores, multiplican sus horas de trabajo y se encargan de gestionar e incluso pagar por el agua.

La desigualdad también se traslada a la distribución de roles. “En muchas familias pobres se prioriza la educación de los hijos varones, lo cual perjudica a las niñas, quienes cargan agua”, detalla.

Un informe de análisis de género realizado para la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) revela que el 64% de las mujeres asume la provisión de agua para sus familias. Esta labor se extiende también a las niñas y adolescentes.

Como ejemplo, cuenta Liliana que ahora su hija mayor se encarga de conseguir el recurso, mientras ella atiende la tienda en la que trabaja. Ambas se turnan para llenar sus envases.

“Yo tengo mi pequeña bodeguita. Cuando yo salía a trabajar o hacer mis cosas, mi hija se perjudicaba porque se quedaba sin agua. Ahora mi hija me ayuda, pero el agua por tubo no llega con fuerza, demora en llenar como 40 minutos. Ahí se va nuestro tiempo”, relata.

Con la pandemia, el consumo se incrementó por los cuidados que se requieren para frenar la COVID-19. Liliana relata que con frecuencia tenían limitaciones para los cuidados básicos y varias vecinas enfermaron. Fue entonces que surgió la distribución gratuita del servicio de Sedapal, pero resultó insuficiente.

Liliana Lezama y Rosa Arteaga advierten que la falta de acceso al agua potable a un costo más razonable también pone en riesgo el cierre de la olla común que administran. Esto se puede agravar con el cambio climático.

—Me preocupa mucho no contar con agua —sostiene Liliana. —Es constante. Tengo que buscar agua cuando se acaba. El tanque solo me dura unos días. Nos afecta mucho.

Subrepresentadas e invisibilizadas

Por otro lado, las especialistas Mariella Sánchez y Gena Gammie recomiendan la inclusión de las mujeres en las estrategias para la gestión del recurso hídrico y el cambio climático, toda vez que conocen cómo ahorrar y abastecerse, producto de la necesidad. Además, los planteamientos deben responder a reducir las brechas con relación a los roles que cumplen los varones.

El Gobierno regional del Callao cuenta con un plan estratégico frente al cambio climático, pero las mujeres no han sido incluidas. Liliana Lezama y Rosa Arteaga niegan tener alguna representación en el plan o haber sido consideradas. Esto, a pesar del liderazgo que han asumido en su asentamiento. Ambas también precisan que no tienen conocimiento del megaproyecto de Sedapal para el alcantarillado y el agua potable. La participación ciudadana en estos procesos se advierte muy débil.

Aunque el Estado reconoce, en su Plan de Género y Cambio Climático, la labor diferenciada entre hombres y mujeres en la gestión de recursos hídricos, en el caso de Lima y Callao, estas no son incluidas en la toma de decisiones.

De acuerdo con un informe de Forest Trends del 2019, solo el 30% de cargos en gestión de recursos hídricos son ocupados por mujeres. Es decir, 1 de cada 20 espacios de decisión. De esa manera, las mujeres se encuentran subrepresentadas e invisibilizadas. Esto, a pesar de ser ellas quienes en el día a día se encargan de la administración del agua, más aún en los comedores populares o las ollas comunes.

Liliana Lezama y Rosa Arteaga lideran y gestionan la olla común El Ángel del Rosal Pendiente, entre los arenales de Pachacútec. Además de lidiar diariamente con la falta de abastecimiento de un recurso tan elemental como el agua, ambas mujeres enfrentan la desidia de un estado y una sociedad que aún no reconocen el rol que desempeñan en favor de las poblaciones más vulnerables.