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Procesamiento de pruebas COVID-19: una vigilancia deficiente antes de la tercera ola

Reacción tardía. Pese a la inminencia de la tercera ola y a la expansión de la variante ómicron, entre noviembre y diciembre de 2021 no hubo un aumento importante de pruebas COVID-19 procesadas, con un promedio diario que se mantuvo en 30.000. Expertos sostienen que un mayor procesamiento habría permitido una vigilancia genómica más fuerte de cara al repunte de casos que se registra en enero.

Por: Alexis Revollé / Unidad LR Data
Publicado el 11 de enero de 2022

Durante los meses previos al inicio de la tercera ola de la pandemia en Perú, la cantidad de pruebas de descarte de COVID-19 realizadas en todo el país —entre rápidas o serológicas, antigénicas y moleculares— no aumentó significativamente, como se pudo constatar en un análisis de las cifras diarias publicadas por el Ministerio de Salud (Minsa). Los números apuntan a que, entre noviembre y diciembre, se procesaron en promedio unas 30.000 pruebas diarias como parte del control epidemiológico del Gobierno.

Una situación notoriamente distinta con respecto a la segunda ola, cuando se procesaron, en promedio, más de 50.000 muestras COVID-19 cada día. Así fue entre febrero y mayo de 2021, en medio de circunstancias mucho más adversas debido a la escasa aplicación de la vacuna que se había alcanzado en ese entonces. En los meses siguientes, sin embargo, la cantidad de pruebas realizadas descendió y así se mantuvo hasta los últimos días del año.

“La vigilancia genómica es un factor clave que no se ha debido descuidar. Sobre todo después de lo que vivimos con la segunda ola. Lo que muestran estas cifras es una suerte de adormecimiento de ese control, indispensable para cualquier contexto de repunte de casos”, sostiene la investigadora en temas de salud pública Mariana Bermejo.

Lo cierto es que, en la semana final de 2021, se registró el día con más pruebas procesadas desde que inició la pandemia. Fue el 24 de diciembre, cuando, según registro del Minsa, se procesaron 154.839 muestras. Un número alto que arrojó 1.196 resultados positivos de ese día, y 5.922 de los siete días anteriores. Hasta entonces no se había superado el umbral de las 100.000 muestras procesadas en un día; sin embargo, es apenas una excepción.

Antes de eso, el pico más alto había sido durante la segunda ola, más específicamente el 8 de abril de 2021, cuando se procesaron 85.678 muestras. Al mes siguiente, en mayo, las muestras procesadas por día superaban constantemente las 50.000. Un ritmo que no se mantuvo en las semanas posteriores, y que, para el último trimestre del año, a puertas de la llegada de la variante ómicron, ya se había perdido.

Para el médico infectólogo Juan Carlos Celis, haber mantenido o intensificado aquella capacidad de toma y procesamiento de pruebas habría sido útil para monitorear con más precisión la epidemia, pero no para adelantarse a una variante como ómicron.

“Como han demostrado otros países, que tienen muy buenos sistemas de vigilancia genómica, una gran cantidad de pruebas no ha significado que puedan detener a ómicron. Todos están con una curva bien intensa [en aumento de casos]. Las pruebas sirven para confirmar casos, para que el paciente se aísle, lo cual de alguna manera hace una contención leve, pero que no detiene a una variante hipercontagiosa”, remarca.

Desde otro punto de vista, el biólogo e investigador Alejandro Garay argumenta que, a partir de la segunda ola, la capacidad de procesamiento de pruebas no debió disminuir a fin de fortalecer los mecanismos de control epidemiológicos frente a la tercera ola.

“El Gobierno viene evaluando una posible tercera ola desde octubre. Para diciembre, ya se sabía que era inminente. ¿Por qué no se han preparado las condiciones para aumentar la cantidad de pruebas que se procesan? Lo único que nos está protegiendo realmente son las vacunas, pero en cuanto a vigilancia genómica parece que no hubiéramos aprendido nada de la segunda ola. Con una variante como ómicron encima, hace falta procesar unas 100.000 pruebas diarias para hacer un seguimiento adecuado”, afirma.

La demanda por más pruebas

Días antes de que el Gobierno confirmara el inicio de la tercera ola, la demanda de pruebas para descartar un posible contagio se había disparado considerablemente. El 2022 comenzó con reportes de largas colas en centros de salud y múltiples quejas por parte de la ciudadanía, preocupada ante la insuficiencia de los test. Así, el martes 4 de enero, el ministro de Salud, Hernando Cevallos, anunció que se tomarían medidas para enfrentar el progresivo aumento de casos tras las fiestas de fin de año, potenciado por la variante ómicron.

“Ha sido una reacción tardía. Comprar pruebas por millones y procesar diariamente 10.000 más que el mes pasado no va a frenar los contagios. Se ha anunciado que se tomarán 14.000 pruebas al día como un número alentador, cuando la realidad es que eso sigue siendo poco. Está muy bien animar a la ciudadanía a vacunarse, pero también había que garantizarles pruebas de descarte en el momento adecuado. ¿Por qué no promover, por ejemplo, que la gente se haga pruebas antes de las fiestas?”, enfatiza Garay.

Las cifras consignadas por el Minsa muestran que, en diciembre, el rango de muestras procesadas al día se mantuvo entre 20.000 y 40.000, casi igual que en octubre y noviembre. Es decir, una de las herramientas principales de vigilancia genómica no se potenció de cara al fin de año, y en consecuencia tampoco antes de la tercera ola.

Personas forman largas filas para someterse a una prueba de descarte COVID-19. (Foto: Carlos Contreras / GLR)

Personas forman largas filas para someterse a una prueba de descarte COVID-19. (Foto: Carlos Contreras / GLR)

“Lo que pasa es que, como ya hemos visto en la segunda ola, no es suficiente con prohibir. Hay que otorgar a las personas la evidencia para que se cuiden ellas mismas. Y en este caso no hay mejor evidencia que una prueba de COVID-19. A una persona que se sabe infectada, no hay que pedirle que no salga a visitar a su familia. Seguramente se encerrará sin que se lo pidan. Pero para eso, primero, necesita saber que se ha contagiado”, remarca Bermejo.

Pese a todo, la promesa de las pruebas y el incremento de puntos para realizarse un descarte en todo el país movilizó a la ciudadanía en los últimos días. Sin embargo, esto ha generado aglomeraciones que, de acuerdo al doctor Celis, pone de manifiesto la necesidad de un nuevo enfoque en el mensaje del Gobierno.

“Ese congestionamiento me recuerda a lo que vimos en la segunda ola, e incluso terminando la primera, respecto a aglomerarse para hacerse la prueba. Ahí va mi primer cuestionamiento porque eso va a generar una concentración de personas, donde también podría exponerse una persona no contagiada. El mensaje debería ser: si tienes síntomas, lo más probable es que sea ómicron. Y que, con tranquilidad, en los siguientes tres días el paciente busque hacerse una prueba, de preferencia molecular. Cuando la epidemia ya está generalizada, como está pasando en Lima ahora, mi recomendación es dar por sentado que uno es positivo y no desesperarse por la prueba desde el primer día”, apunta.

Tanto Celis como Garay coinciden en señalar la falta de personal como factor clave en la insuficiencia de la capacidad de procesamiento de pruebas. “Esto no es necesario para las serológicas o las antigénicas, pero para que se procesen las pruebas moleculares, que son las más precisas, se necesita que en un laboratorio exista un especialista capacitado para procesarlas. Eso lo hace un biólogo molecular. Obviamente, si solo tienes uno para procesar muestras y en la puerta hay 200 personas esperando, no va a darse abasto”, puntualiza Garay.

“Un biólogo o dos procesan entre 4 o 5 pruebas moleculares por hora. Yo creo que por eso se ha dado esta insuficiencia en muchos puntos de descarte. Estos especialistas, por lo general, tienen horarios de seis horas. Por eso es que, si bien el Minsa ha ampliado el número de laboratorios, aún así queda corto para esta variante ómicron. Yo estoy seguro de que, al menos la capacidad que hay ahora, va a quedar chica”, dice, por su lado, el doctor Celis.

Una situación que obliga a cientos de ciudadanos a buscar una alternativa de descarte del virus, y acudir a laboratorios privados y clínicas que ofrecen pruebas de COVID-19. En ese sentido, se comprobó que el precio promedio de una prueba molecular en el sector privado es de S/ 287. Así lo registra SUSALUD en su visualizador de precios actualizado en diciembre.

“Cada vez que existen estos escenarios, los precios de las pruebas en el sector privado se disparan. Por eso es fundamental no descuidar el descarte de COVID-19 en el marco de la sanidad pública. Da la sensación de que el énfasis en las vacunas dejó de lado este aspecto el año pasado, y no debió ser así. Es indispensable el acceso gratuito y universal tanto a las pruebas como a las vacunas. El trabajo que se realice este año desde el sector Salud va a ser determinante para eso”, advierte Bermejo.

En efecto, el precio de las pruebas moleculares en casi todos los centros de salud y laboratorios privados de Lima supera los S/ 200, según el reporte de SUSALUD. Es eso lo que un ciudadano tendría que pagar si necesita, con urgencia, un test confiable que no puede conseguir en los puntos de descarte que proporciona el Minsa.

Rezago importante

Todo ello se refleja también en las cifras que se registran en comparación con otros países de la región. De acuerdo al portal Our World in Data, que recoge la información oficial de los Gobiernos de buena parte del mundo, en el último tramo de 2021, Perú se ubicaba entre los países que menos pruebas realiza por cada 1.000 habitantes en el territorio sudamericano.

A partir de un análisis de las pruebas semanales de cada país, esta comparativa permite distinguir un rezago respecto a la vigilancia que se realizó en diciembre, por ejemplo, en Uruguay, Chile o Argentina. En estos tres países se realizaron, respectivamente, 2.90, 2.85 y 1.46 pruebas por cada 1000 habitantes. En Perú se llegó apenas a 0.42.

“Queda claro que esta deficiencia es algo que se va a corregir en las siguientes semanas, pero no debe quedar ahí. Que no pase lo que pasó después de la segunda ola, que se mantenga esa vigilancia férrea para que la ciudadanía pueda disponer sus acciones en base a su propia salud. Eso es elemental”, sentencia Garay.

En diciembre, Perú solo hizo más pruebas por cada 1.000 habitantes que Paraguay, Ecuador y Brasil. A la luz de la demanda insatisfecha por test de descarte, la capacidad no fue suficiente para mantener un control más preciso de la pandemia, a puertas de la tercera ola que ya provoca un repunte significativo de casos.

“En mi labor diaria [en Iquitos] veo un incremento importante de casos ambulatorios, que no veía desde la segunda ola. Yo estaba viendo uno por semana, de forma aislada, y ahora ya veo tres o cuatro al día. Esto se va a disparar. Lo que está pasando en Lima, en las siguientes dos semanas va a suceder en las regiones. Pero algo que me llama la atención, en buena lid, es que, hasta ahora, no tengo ningún hospitalizado. Eso me tranquiliza”, finaliza Celis.