En los paisajes peruanos se pueden apreciar miles de desechos contaminantes, resultado de la explotación
minera. En casi todos ellos, las empresas que los provocaron y abandonaron no han sido identificadas por las
autoridades fiscalizadoras. Esto porque las mineras aprovecharon vacíos en las leyes que les permitieron
seguir operando sin mayores sanciones. Aunque el Gobierno ya remedió más de 1.000 pasivos, va a paso muy
lento.
Por: Roberth Orihuela Quequezana
Fotografía: Juan Carlos Cisneros Mamani
Publicado el 21 de agosto de 2022
Los apus son los cerros dioses en la cultura andina peruana y guardan en sus entrañas ricos minerales. Para
obtener ese oro, plata o cobre, empresas y mineros informales excavan con grandes máquinas. Abren socavones,
extraen tierra y rocas que luego depositan en gigantescas pozas, donde las mezclan con cianuro, mercurio,
ácido sulfúrico o azufre. El resultado son millones de toneladas de mineral que salen en camiones o trenes
hacia los puertos del Perú, desde ahí las embarcan a países para ser procesadas y devueltas en forma de
aparatos electrónicos o materiales de construcción.
Desde hace décadas, cuando las empresas terminan de exprimir todo el mineral que pueden de un apu, migran
sin más hacia otras montañas, dejando atrás las pilas de tierra y rocas, los socavones y las pozas. Estos
desechos, denominados formalmente como pasivos ambientales mineros o PAM, están cargados con metales pesados
no aprovechados en el proceso minero y que resultan tóxicos para el medio ambiente.
Año tras año, estos residuos se filtran por el subsuelo o se desbordan en la temporada de lluvias, por lo
que contaminan montañas y ríos, lo que afecta a los animales y las comunidades campesinas que habitan en
todo su trayecto. Las consecuencias son ríos contaminados por donde fluyen aguas ácidas que matan especies
acuáticas, provocan reducción de la producción ganadera y las cosechas, así como poblaciones que luchan para
que les devuelvan los afluentes limpios que evocan de cuando eran pequeños.
Los pasivos mineros son, entonces, los residuos peligrosos que han dejado las operaciones mineras en el
Perú. Han estado allí desde hace 30, 40 o más años sin nadie que se preocupe en intervenir para remediarlos
y evitar que sigan contaminando. En 2004, el Gobierno peruano promulgó la Ley de Pasivos Ambientales Mineros
con intención de clasificarlos y buscar a quienes los ocasionaron para que detengan el daño, pero es más
fácil decirlo que hacerlo.
Para 2018, el Gobierno detectó más de 8.794 contaminantes; desde entonces, la cantidad fue reduciéndose.
Así, al 2022, la cantidad de pasivos llegó a 7.668. Edwin Alejandro Berrospi, especialista en temas
socioambientales de la Red Muqui —organización que protege los derechos de las comunidades donde se
practican actividades extractivas—, es crítico de las acciones del Estado y explica que sí se han hecho
labores de remediación, pero en los pasivos menos riesgosos.
"En una unidad minera hay diversos tipos de pasivos clasificados en la escala de insignificante a muy alto
de acuerdo al nivel de daño que representan. Y el Gobierno solo estuvo interviniendo en los insignificantes
—señala Berrospi—. Son pasivos secundarios: campamentos, instalaciones sanitarias o bocaminas. Para ellos,
(el Gobierno) con eso ya han reducido la cantidad de pasivos. Dicen: ‘Ya hemos remediado’, pero no han
intervenido los pasivos emblemáticos, los que en realidad importan y siguen contaminando, como las pozas de
relaves, los desmontes o los desechos químicos".
Un pasivo minero es el residuo que deja una empresa luego de realizar
sus operaciones de extracción. Foto: José Sotomayor Jiménez
Las instalaciones, depósitos químicos y de basura, movimientos de tierra y
las
pozas de relaves son pasivos de la minería. Foto José Sotomayor Jiménez
En el 92,64%, de los 7.668 pasivos que el Ministerio de Energía y Minas (Minem) tiene listados para 2022, no
se ha podido señalar a la empresa que los produjo. De estos, el Gobierno peruano ha remediado 1.180 a través
de su empresa estatal Activos Mineros SAC, creada justamente para ese fin. Otro tanto (1.340) fue asumido
por las empresas que, de alguna manera, terminaron como propietarios de los denuncios mineros, aunque
legalmente no aceptan la responsabilidad de haberlos generado. Su argumento es que se "solidarizan" con las
comunidades. Una de estas es Minsur SA, que compró varias minas en los años 70 con pasivos que hasta hoy no
soluciona a pesar de su compromiso.
El Gobierno aparece en 341 de los pasivos en los que se detectó a los responsables. Hay otro tanto (204) que
sigue en litigio porque las empresas generadoras no quieren aceptarlo. Y solo en 19 contaminantes se pudo
señalar con certeza a la empresa que los generó. Se trata de Minera Volcán (con siete pasivos), Minera
Licuma (con seis), Minera Buenaventura (con cuatro), Minera Yahuarcocha (con uno) y Metallurgicas Supplies
(también con uno).
Lo que preocupa es que 5.129 residuos han quedado totalmente huérfanos porque el Gobierno no ha podido
identificar a los responsables y tampoco ha determinado quién los debe remediar. Mientras tanto, dichos
pasivos siguen contaminando los apus, los ríos y las comunidades que viven en sus orillas.
El gran problema es que la Ley de Pasivos Ambientales Mineros nació deforme y desde 2004 ha tenido varias
modificaciones. El primer texto contenía vacíos legales que permitieron a las empresas evadir su
responsabilidad. Así lo resalta Julio Mejía Tapia, abogado constitucionalista y experto en temas ambientales,
quien explica que esta norma jurídica permitía que las empresas mineras renunciaran a sus derechos mineros para
así evitar la recuperación de los pasivos. “El Estado asumirá progresivamente los pasivos ambientales en
abandono de los titulares no identificados o de aquellos que cancelen su derecho a (de) concesión minera”, decía
el artículo 5.
“Este párrafo tuvo vigencia de un año, pero fue suficiente para que la gran mayoría de las empresas mineras se
acogieran y se desentendieran de los pasivos que generaron”, acota Mejía. Hasta hoy, el Estado no puede hacerlas
responsables. En mayo de 2005, el Gobierno tomó nota del error y el texto fue modificado al señalar que, aunque
las mineras perdieran su derecho minero, seguirían siendo responsables de los pasivos. Además, ahora estas deben
presentar planes de cierre, con el fin de no seguir incrementando los residuos.
Adicionalmente, otro problema es que no se está cumpliendo su función de detectar todos los pasivos mineros del
país. El especialista Alejandro Berrospi calcula que deben existir más de 15.000. “En los últimos años se ha
descuidado la detección de más pasivos alegando problemas de presupuesto, pero es una política de Gobierno no
seguir fiscalizando”, añade.
“Hablamos de décadas con empresas mineras sin ninguna regulación. Muchos de los pasivos se generaron antes de
2004 y las empresas que explotaron se acogieron al primer texto de la ley, otras ya se fueron o cambiaron de
nombre para seguir operando", apunta Berrospi. Además, las instituciones que no lograron aprovechar el vacío
iniciaron juicios contra el Estado para evadir su responsabilidad. Por este motivo hay 204 pasivos en litigio.
Con los años, la ley fue mejorando, pero aún tiene debilidades que permiten que los residuos mineros sigan
contaminando. Así lo resalta un estudio realizado en 2019 por la Comisión Económica para América Latina y El
Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas. Como una forma de invocar la buena voluntad de las empresas mineras, el
Gobierno incluyó una cláusula de “remediación voluntaria” de los pasivos. Pero no ha funcionado porque, como
destaca con desánimo el especialista de la Red Muqui, nadie se ha acogido a esta figura.
Así se encontraba el proyecto minero Excélsior, en la región Pasco, que fue
intervenido por Activos Mineros SAC. Foto: AMSAC
La operación minera La Pastora, en la región Cajamarca, es otra mina que
contenía graves pasivos que estaban contaminando los ríos. Foto: AMSAC
Otro vacío que detectó la CEPAL es que el Gobierno no ha asumido plenamente la responsabilidad de remediar los
pasivos mineros. Especialmente a la hora de poner dinero. Solo permite que los fondos para la ejecución de
proyectos de remediación provengan del aporte de contribuciones privadas o en casos extremos de transferencias
extraordinarias del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).
La CEPAL recomienda que se apliquen otras medidas para eliminar los residuos contaminantes. Como, por ejemplo,
obras por impuestos, incremento de presupuesto público, un impuesto especial para pasivos mineros o la
asignación de una parte de las multas por contaminación. También sugiere incentivos a las mineras para que hagan
remediación.
Lo que sí ha dado algunos resultados es la reutilización y el reaprovechamiento de los pasivos mineros. En estos
casos, las empresas pueden extraer mineral de los residuos, como darle una última exprimida para sacar el jugo,
a la par que se comprometen a cerrarlos en forma paulatina. El problema es que estas están adquiriendo más
derechos y algunas ya operan a pleno extrayendo rocas de las montañas para expandir su labor en el sector.
El Ramis, una serpiente de agua tóxica
De entre todas las regiones del Perú, Puno es la que tiene más tasa de irresponsabilidad, pues, en el 97,7% de
los pasivos, el Gobierno no ha podido señalar a la empresa contaminadora. Además, es la tercera región con más
pasivos contaminantes, después de Cajamarca y Ancash.
En Puno, el Ramis es el río que tiene más problemas. Desde el cielo se asemeja a una serpiente, reptando entre
los Andes peruanos por más de 300 kilómetros. Viaja desde la cima del apu Ananea al Titicaca —el lago navegable
más alto del mundo— y cruza ocho de las 13 provincias de la región altiplánica, como se le conoce por su
ubicación a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar. Y al igual que este reptil, las aguas del río son
tóxicas y, como un veneno perpetuo, matan de a pocos a las comunidades que viven cerca a sus orillas.
Animales que enferman o mueren luego de beber, niños que se rascan la piel después de bañarse, bebés que nacen
con males congénitos, reducción de las cosechas y desaparición de especies acuáticas son algunas de las
consecuencias que se presentan por la contaminación de esta cuenca enferma debido a las operaciones mineras
ubicadas en la cima de los apus.
Puno también concentra varios problemas socioambientales por temas mineros. En esta región, la Defensoría del
Pueblo detectó ocho conflictos solo en este año. Además, la pobreza y la desnutrición son alarmantes. En un
informe de 2021, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) alertó que 17 de cada 100 niños
sufren de desnutrición crónica y el 76% de los menores de 3 años tiene anemia.
Rolando Quispe, presidente de la comunidad campesina Túpac Amaru en San Antón,
muestra el barro verde que se asentó en el río Ramis. Foto: Juan Carlos Cisneros
Los pobladores de la comunidad San Isidro denuncian que los niños que se bañan
en esta parte del río Ramis sufren de males en la piel. Foto: Juan Carlos Cisneros
El río Ramis es la principal fuente de vida de la comunidad San Isidro. Lo usan
para ellos mismo, sus animales y la agricultura. Foto: Juan Carlos Cisneros
Los comuneros de San Isidro cuentan que las aguas del río Ramis antes eran
cristalinas y permitían la crianza de truchas. Foto: Juan Carlos Cisneros
Desde un puente colgante en la comunidad campesina San Isidro, ubicada en el distrito de San Antón (Azángaro),
Jesús Turpo observa con nostalgia al Ramis. Recuerda que, de pequeño, él y sus amigos se bañaban en las aguas y
atrapaban truchas para comer. Este hombre de piel cobriza, curtida por el frío y por el radiante sol, es
vicepresidente de la comunidad San Isidro y afirma que hay dos fuentes de contaminación.
La primera es La Rinconada, una zona tomada por mineros artesanales informales que escarban el cerro en busca de
oro. Utilizan insumos como el mercurio y el arsénico para separar el metal precioso de la roca. La otra es San
Rafael, una mina antigua comprada por Minsur SA en los años 70 y ubicada en el distrito de Antauta. En su
momento, la empresa se comprometió a cerrar varios pasivos, pero ha mantenido depósitos de desechos, a los que
se conoce como pozas de relaves, de donde obtiene estaño, un metal usado en los aparatos electrónicos.
Minsur SA pertenece al Grupo Breca, conglomerado empresarial liderado por la familia Brescia-Cafferata, dueña
del 90% de las acciones del banco BBVA Continental y su aseguradora Rimac, así como de hoteles y otros intereses
en los sectores de la construcción y la industria pesquera. También cuenta con varios denuncios y operaciones
mineras en el Perú. La principal es la mina San Rafael, a la cual han posicionado como tercer productor de
estaño en el mundo y como miembro del Consejo Internacional de Minería y Metales.
El vicepresidente Turpo también cuenta que, en la época de lluvias, Minsur, que opera la mina San Rafael, y los
mineros informales de La Rinconada dejan salir sus relaves que se confunden con las aguas de las torrenteras que
bajan de las montañas. Prueba de ello son los Estudios de Calidad de Aguas (ECAs) que realiza la Autoridad
Nacional del Agua (ANA) en la cuenca del Ramis. Se puede verificar que metales pesados como el arsénico,
manganeso, hierro, aluminio, plomo o cobre sobrepasan los niveles permitidos para el consumo humano y el de
animales. Igual pasa con la acidez de las aguas, que ha provocado la desaparición de especies acuáticas, como la
trucha y las ranas.
Estanislao Muña muestra el barro que se asienta en el río Ramis y que mató a
sus vacas luego de beberlas. Foto: Juan Carlos Cisneros
Los animales de Flora Rivera que consumen las aguas del río Ramis enferman y
algunos mueren luego de un tiempo. Foto: Juan Carlos Cisneros
En el centro poblado de Cangallo los comuneros denuncian que ya no pueden
regar ni dar de beber a su animales el agua del río Ramis. Foto: Juan Carlos Cisneros
Hoy, Minsur ha expandido sus operaciones en San Rafael y abre la montaña para extraer y pulverizar rocas con el
fin de obtener más estaño. En este caso existe una contradicción de la empresa: en una infografía publicada en
su web señala que usan azufre y arsénico, que son nocivos para la salud; no obstante, para este trabajo
periodístico envió un comunicado asegurando que utiliza alcoholes y otros compuestos orgánicos que no
contaminan.
Esos residuos de la poza de relaves, sin embargo, son tratados y vertidos a la quebrada Chogñacota, que luego se
une con el río Antauta y este, a su vez, se junta con el Ramis a unos 15 kilómetros. De acuerdo con estudios que
la ANA hizo en esta zona, los niveles de pH (acidez de las aguas), así como de oxígeno disuelto, aluminio,
cobre, hierro, manganeso, y hasta sulfatos y nitritos, estuvieron fuera de los máximos permitidos para la salud
de las personas e incluso la bebida de animales. Por algún motivo, la zona dejó de ser evaluada por la ANA desde
2015. Este medio no pudo obtener respuesta de esta institución al respecto.
Ahora Minsur realiza sus propias evaluaciones de calidad de agua en la quebrada Chogñota y asegura que no están
contaminadas. Envió sus informes para esta investigación periodística. “Se hacen con laboratorios autorizados.
Las aguas sirven para el uso agrícola, pero para el consumo humano requieren tratamiento previo", indicó en una
entrevista Pedro Maguiña, jefe de Asuntos Ambientales de la empresa.
Turpo está preocupado por las consecuencias que provoca la contaminación en su pueblo. Dice que los niños son
quienes más se suelen bañar en el río Ramis y terminan con rasca rasca (ardor en la piel). Además, los peces y
las ranas han desaparecido, además de que la producción de papa también se ha reducido. “Este es un río muerto.
Nada vive. Ya no hay truchas ni ranas. Ni siquiera sapos”, lamenta el vicepresidente mientras muestra en sus
manos el fango verdoso que reposa en el fondo del río. Cuando los animales lo pisan, terminan con llagas en las
patas. Él debe lavarse las manos con jabón para evitar que se irriten.
La comunidad San Isidro aún practica la Minka, una actividad ancenstral de
ayuda mutua que proviene desde los Incas. Cosechan papa para hacer chuño. Foto: Juan Carlos
Cisneros
La papa es la base de la economía de la comunidad San Isidro. Los comuneros la
cosechan para consumirla y hacer chuño. Foto: Juan Carlos Cisneros
El chuño es la principal producción de los comuneros de la sierra alta de
Puno. Debido a la contaminación del Ramis la producción se ha reducido. Foto: Juan Carlos Cisneros
Los comuneros de San Isidro han vivido con toda esta contaminación durante años y sufren las consecuencias. A
las enfermedades de la piel y la muerte de los animales hay que añadirle la afectación a la agricultura. Ellos
viven de la producción de Chuño (papa deshidratada), pero —debido a la contaminación— la obtención ya no es la
misma, pues la mitad de las plantas se pudren antes de cosechar. Además, antes sumergían la papa en el río para
hacer el chuño, pero al estar contaminado deben subir a las montañas en busca de pequeños ojos de agua que no
permiten la elaboración en grandes cantidades.
Pablo Soncco, enfermero del centro de salud, dice que cada año los niños presentan cuadros más severos de
diarreas, alergias y otros males, como anemia y desnutrición. Además, cuenta algo más grave: desde hace cinco
años estos nacen con males congénitos y no viven más allá de unos días. “Uno nació sin fosas nasales, otro sin
un ojo, una sin boca y hace dos años un bebé sirena, con las extremidades inferiores pegadas. Eran madres
gestantes de San Isidro, que fueron enviadas al hospital de Azángaro”, explica.
De acuerdo con el Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef), en la provincia de Azángaro se han
registrado 29 muertes de recién nacidos por males congénitos desde 2017. Todos en pueblos por donde fluye el río
Ramis.
El médico del centro de salud del distrito de San Antón Máximo Mamani también cuenta de otros dos casos de
menores que nacieron sin dedos o con estos pegados entre sí. “Están vivos, pero sus familiares no quieren que se
sepa. Pasó hace pocos años”, dice.
Ambos especialistas coinciden en que se debe realizar un estudio a fondo para determinar el nivel de relación
entre todos estos males y el río contaminado. Advierten que es un factor determinante, puesto que la afectación
es un hecho innegable. Así lo señala también el Plan de Acción para la Prevención y Recuperación Ambiental de la
Cuenca del lago Titicaca, realizado en el 2020, el cual concluye que "los resultados del monitoreo de calidad
del agua, en el ámbito de intervención, evidencian concentración de metales pesados y metaloides en diferentes
puntos de los ríos afluentes del lago Titicaca asociados a la composición geológica local, la presencia de
pasivos ambientales y el desarrollo de actividades mineras". Uno de esos ríos es el Ramis.
Asimismo, muchos comuneros consumen esa agua tras ser sometida a un tratamiento de potabilización, pero este
solo elimina las bacterias, ya que los metales pesados permanecen. Los pobladores piden exámenes de orina y
sangre en los niños, con el fin de conocer el daño real que les ocasiona al organismo.
En la comunidad campesina Recreo los comuneros muestran las aguas cristalinas
del río San Juan uniéndose al río Ramis. Foto: Juan Carlos Cisneros
El agua que consumen los pobladores del distrito de San Antón proviene del río
Ramis, de un color verdoso por la contaminación. Foto: Juan Carlos Cisneros
El médico del puesto de salud del distrito de San Antón, Máximo Mamani,
denuncia que en los últimos años se han presentado nacimientos con males congénitos. Foto: Juan Carlos
Cisneros
Minsur: común denominador
La mañana del 23 de junio del 2011, Paulina Luicho convocó a sus paisanos para ir a protestar contra la
contaminación del río Ramis. Ella es dirigente de la comunidad Catuyo Condoriri (distrito de San Antón), en la
provincia de Azángaro, en Puno. Ese año, cuenta, el afluente no dejó de bajar con un tono rojizo, signo del daño
por relaves. Los animales que consumían el agua morían en unos días y los comuneros enfermaban.
Cansados, los comuneros de la cuenca del Ramis reclamaron con el fin de que las autoridades nacionales y
regionales los escucharan. El paro se realizó en la ciudad de Juliaca, eje del comercio en la región Puno. Así
lo recuerda Paulina, una anciana de 70 años vestida con ropa abrigadora para protegerse del frío de la tarde.
Rememora que fueron miles los que llegaron hasta Juliaca ese año. La tarde del 24 de junio, la protesta se
intensificó y los pobladores decidieron acudir al ingreso del aeropuerto Inca Manco Capac con el fin de tomarlo
y así presionar a las autoridades para que los escucharan.
Allí, la Policía los esperaba e intentó replegarlos con bombas lacrimógenas, disparándoles con escopetas de
perdigones de goma. Al ver la masa de manifestantes, algunos efectivos no dudaron en desenfundar sus pistolas y
disparar a quemarropa. El resultado fueron seis comuneros asesinados y más de 30 heridos.
Paulina, al igual que todos los que declararon para esta investigación periodística, acusa a La Rinconada y a
Minsur como los principales contaminadores. Explica que la comunidad Catuyo Condoriri construyó piscigranjas
donde criaban truchas, pero la contaminación del río terminó matando el proyecto de desarrollo de la comunidad.
De pie y con la mirada triste, observa la infraestructura abandonada hace ya varios años.
“El agua contaminada mató todas las truchas, la vida de nuestro río. Aquí teníamos piscigranjas y comíamos
trucha, pero la contaminación acabó con todo. Por eso protestamos en junio del 2011. Mataron a comuneros. Fuimos
hasta Lima, pero nadie nos soluciona hasta el momento. A mí me golpearon en la pierna y desde entonces siempre
me duele”, narra Paulina en quechua, la lengua de los incas.
Paulina Luicho encabezó las protestas del 2011, cuando la contaminación en el
río Ramis tomó dimensiones peligrosas. Foto: Juan Carlos Cisneros
El resultado de las protestas fueron seis comuneros asesinados. Desde ese
momento el gobierno no ha solucionado la contaminación. Foto: Juan Carlos Cisneros
La comunidad Catuyo Condoriri tenía una piscigranja. Cuando la contaminación
aumentó los peces murieron y el emprendimiento fracasó. Foto: Juan Carlos Cisneros
Las empresas mineras del Grupo Breca no solo aportan en la contaminación de la cuenca del Ramis. De acuerdo con
el catastro minero, sus subsidiarias Compañía Minera Raura, Compañía Minera Barbastro, Minera Sillustani, Minera
Carabaya y otras más pequeñas son titulares en la tercera parte; es decir, 307 (33,5%) de los 916 pasivos
mineros ubicados en Puno. De ellos, 22 han sido calificados con riesgo alto y muy alto, y están ubicados en las
cuencas de los ríos Putina, Huancané y Cabanillas, que también desembocan en el lago Titicaca.
Al respecto, Minsur niega todo. Mediante un escrito asegura: “No existe ningún problema real de contaminación y
mucho menos en San Antón”, ubicado a 40 kilómetros de la operación minera. Además, afirma que San Rafael “es la
mina de estaño con los mayores estándares ambientales en la industria a nivel mundial”. La empresa señala que
realizan evaluaciones permanentes con laboratorios certificados y las aguas que vierten son aptas para el uso
agrícola, pero deben ser tratadas para el consumo humano. También alega que es fiscalizada de forma permanente
por las autoridades de materia ambiental. “(Nuestras operaciones) no registran procesos sancionadores
relacionados con contaminación ambiental”, dice la firma.
Esto último no es cierto. Minsur acumula siete sanciones del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental
(OEFA) por sus trabajos en la mina San Rafael. Cuatro de estas fueron aceptadas por la misma compañía, pero solo
pagó alrededor de 100.000 dólares de multas por dos operaciones. La multa más grave fue por exceder los límites
máximos permitidos en calidad del agua, que data de 2011, y pagó alrededor de 50.000 dólares. En el resto de los
casos, las autoridades fiscalizadoras fueron indulgentes y la empresa no tuvo mayor sanción pecuniaria.
Otra pena impuesta contra Minsur fue por el abandono de la remediación de pasivos. Esta infracción fue detectada
en 2015, luego de que un equipo del OEFA supervisara la zona donde la compañía se comprometió a remediar. La
resolución de sanción 628-2018 de esta entidad fiscalizadora indica que la empresa debió cerrar dos montículos
de tierra removida. Pero, en cambio, los habría trasladado hacia otra zona. La empresa apeló, pero la entidad
pública ratificó su decisión. El problema es que la minera simplemente no pagó un centavo por esta falta, desde
el Gobierno solo lo amonestó por escrito, advirtiéndole que no reincidiera.
La mina San Rafael, de Minsur SA, es la tercera productora de estaño a nivel
mundial y provocó el crecimiento del distrito de Antauta. Foto: Juan Carlos Cisneros
Al ingreso de la mina se puede notar que las aguas que provienen de la
quebrada chogñota tienen un olor a azufre. Foto: Juan Carlos Cisneros
La empresa Minsur SA instaló una granja de animales en la rivera del riachuelo
para demostrar que las aguas que expulsan de la poza de relaves no contamina. Foto: Juan Carlos
Cisneros
Zenon Jacho, presidente de las rondas campesinas de San Antón, muestra una de
las rocas amarillentas que adornan el riachuelo de la quebrada Chogñota. Foto: Juan Carlos Cisneros
Al ingreso de la mina San Rafael, la empresa instaló un cartel en el que
anuncian la utopía que esperan de su operación minera. Foto: Juan Carlos Cisneros
En el distrito de Santa Lucía, en la provincia de Lampa, Minsur es titular de la Unidad Minera Santa Bárbara,
donde se ubican nueve pasivos. Si bien la empresa adquirió la mina con los residuos, existía el compromiso de
remediarlos, pero hasta el momento no ha cumplido. Prueba de ello es que siguen listados por el Ministerio de
Energía y Minas como pasivos que persisten. Es más, de acuerdo con el documento, Minsur no figura como
responsable de remediarlos. En verdad, los pasivos están abandonados.
Al respecto, desde la empresa respondieron lo siguiente: “Se trata de una mina que Minsur adquirió como parte
del paquete con San Rafael. Se trataba de una operación en declive que dejó de operar en los 90 y cuyo cierre
minero concluyó hacia fines de esta década. El cierre se realizó de acuerdo a ley y fue aprobado por el Minem.
Cabe señalar que el campamento minero fue entregado a la comunidad a solicitud de esta”.
Otros pasivos que Minsur se comprometió a solucionar se encuentran en la Unidad Minera Regina, ubicada en el
distrito de Ananea, provincia de San Antonio de Putina. Allí existen 18 pasivos mineros que no han sido
solucionados por su subsidiaria Minera Sillustani SA. Se trata de relaves, bocaminas, plantas de procesamiento,
desmontes, entre otros. La principal comunidad afectada es Condoraque. De acuerdo con el reporte del
Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, la empresa se comprometió a resolver primero los pasivos,
para luego iniciar sus labores de exploración.
Sin embargo, esos pasivos siguen contaminando los ríos Putina y Huancané, que desembocan en el Titicaca. El
problema es que Minsur se ha negado a remediar más allá de lo que se comprometió con el Estado peruano cuando
compró la mina, lo que mantiene el conflicto vivo. Los comuneros de Condoraque denuncian que siguen bajando
aguas con relaves por los afluentes.
Sobre este tema, la empresa respondió: “Minsur adquirió, a través de su subsidiaria Sillustani SAC (hoy Cumbres
del Sur), esta operación en el año 2006, que era considerada como uno de los pasivos ambientales más graves en
el Perú. Desde el 2014, luego de cerrar negociaciones con las comunidades, se inició el cierre de pasivos,
invirtiendo a la fecha un aproximado de US$ 30 millones para lograr una remediación que ha sido considerada como
un caso emblemático de buena gestión de cierre. Cabe señalar que este espacio no ha sido operado en ningún
momento por Minsur o sus subsidiarias, pues el primer compromiso era remediar lo que las operaciones anteriores
habían dejado”.
Vale resaltar que Sillustani SAC también tiene sanciones por abandono de la remediación de pasivos mineros y
excesos en los límites máximos permisibles de la calidad de las aguas. Y solo ha recibido sanción pecuniaria en
una, por un valor aproximado de 24.000 dólares. [Respuesta documentada de Minsur SA]
Lenta remediación de los pasivos
Durante 40 años, la comunidad campesina de Cari Cari vivió contaminada por bocaminas, desmontes y pozas con
residuos que abandonaron mineros informales. Guillermo Gonzales es el presidente de este pueblo y recuerda que,
en cada temporada de lluvia, la contaminación empeoraba.
“La lluvia cargaba las pozas, se desbordaban y contaminaban el río Illpa, que llega hasta el lago Titicaca. Aquí
ya no hay peces ni sapos. Muchos comuneros se fueron porque los animales morían o abortaban. Aquí criamos vacas
para leche y carne, pero ya no es igual que antes”, cuenta este hombre de 60 años señalando un grupo de casas y
un complejo. Allí, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, viven las 40 familias que no han migrado y que
aún insisten en vivir en Cari Cari.
Mientras sube hasta lo que era una bocamina que usaban los mineros para extraer rocas de las entrañas de una
montaña, Gonzales recuerda que los mineros llenaban unas pozas gigantes donde aplicaban mercurio y otros insumos
tóxicos para obtener oro y plata. Estos depósitos estaban a menos de 200 metros de las casas de Cari Cari.
Hace 10 años, los comuneros decidieron acudir al Minem. Alguien les informó que podían lograr la remediación de
los pasivos mineros, pero no sabían mucho sobre el procedimiento. Se organizaron y lograron que el ministerio
tomara su caso. Tuvieron que juntar el poco dinero que les generaba su ganadería para viajar hasta Lima y
realizar las gestiones. En 2016, la institución aprobó la remediación. “Aunque solo para nosotros. Ríos abajo
hay otros pueblos afectados, pero el Minem dice que solo puede ayudarnos a nosotros, porque somos comunidad
campesina. Los otros son privados”, explica Gonzales.
En Mañazo, Activos Mineros SAC finaliza la remediación de 24 pasivos mineros
que dejaron mineros artesanales y que contaminaban la comunidad Cari Cari. Foto: Juan Carlos
Cisneros
Los pasivos fueron aislados y encima se sembró ichu (pasto andino) con el fin
de recuperar el paisaje andino. Foto: Juan Carlos Cisneros
La comunidad Cari Cari vivió por más de 40 años contaminada con los pasivos
mineros. Lo que produjo la migración de sus habitantes. Hoy viven solo 40 familias. Foto: Juan Carlos
Cisneros
El presidente de Cari Cari, Guillermo Gonzales, espera que nunca más se
instale un proyecto minero en su comunidad. Foto: Juan Carlos Cisneros
En 2006, a pedido del Minem, se creó la empresa estatal Activos Mineros SAC (AMSAC) con el fin de
remediar pasivos mineros. Su gerente de Operaciones, Ysmael Ormeño Zender, explica para esta investigación
periodística que, en Cari Cari, el primer paso fue elaborar un expediente para determinar lo que debían
remediar. En total encontraron 24 pasivos, entre bocaminas, desmontes y pozas de desechos tóxicos. La
intervención real inició en 2020, con un presupuesto de unos 10 millones de dólares. AMSAC contrató al Consorcio
Santo Toribio para esta labor, que recién finalizó en julio, pues la pandemia de la COVID-19 obligó a paralizar
por algunos meses. AMSAC realizará monitoreos por cinco años más.
Este caso de remediación en Cari Cari es una excepción entre tantos pasivos detectados oficialmente por el
Gobierno. De acuerdo con su memoria anual 2021, hasta ese momento, AMSAC apenas había intervenido 958 pasivos en
todo el país, lo que representaba el 12,5% de todo lo encontrado por el Minem y el 6% de los más de 15.000
pasivos que la Red Muqui estima que existen en el Perú. El resto siguen abandonados y contaminando los ríos.
En Puno, AMSAC también interviene otros 135 pasivos que pertenecen a la exunidad minera Esquilache, en el
distrito de San Antonio, al sur de Mañazo. En suma, la empresa estatal está remediando solo 159 de los 958
pasivos que existen en toda región altiplánica.
Ormeño Zender acepta que el trabajo de remediación es lento y explica que no depende de Activos Mineros, sino
del Minem, ya que son los funcionarios del ministerio quienes determinan la política de remediaciones, de
acuerdo al riesgo y a la necesidad. Sin embargo, también depende de si las comunidades reclaman o no. “Como dice
el dicho: guagua que llora mama. Si no hubiésemos ido a tocar las puertas del ministerio, creo que seguiríamos
igual”, explica Guillermo Gonzales ya en la cima del cerro. Allí el Consorcio Santo Toribio está terminando de
cubrir con tierra y rocas el depósito donde aislaron los pasivos ambientales.
Mientras una retroexcavadora nivela la tierra que va dejando un volquete, el ingeniero Jorge Velarde,
representante de la empresa, explica que al finalizar los cerros tendrán nuevamente ichu, una especie de pasto
andino, y la vegetación silvestre que existía antes de las operaciones mineras. Activos Mineros realizará el
monitoreo poscierre durante cinco años. Luego, las tierras volverán a manos de la comunidad, pero posiblemente
no podrán cultivar jamás productos alimenticios, como la avena o la cebada, que sirven de forraje para sus
animales.
El ingeniero Velarde explica que, al haber encapsulado los pasivos mineros para aislarlos del suelo, queda una
mínima posibilidad de que alguna vez puedan filtrarse; por ello es que estas tierras no deben usarse para
cultivar. Además, resalta que el objetivo de la intervención no es entregar áreas de cultivo, sino recuperar el
paisaje que existía antes de que se realizaran las operaciones mineras.
Fuera de esto, el panorama en Cari Cari ha cambiado drásticamente. Las fotos del antes y después hechas con
drones revelan cómo ha mejorado el aspecto de la comunidad. Guillermo Gonzales tiene la esperanza de que la
remediación les permita mejorar sus condiciones de vida. Al menos durante la obra, la empresa contrató a un
comunero por cada familia para que laboraran como obreros. Ellos mismos han construido canales alrededor del
área intervenida, cuyo fin es que, en la época de lluvias, las torrenteras que se forman no destruyan lo
remediado.
El problema, dice Gonzales, con un poco de tristeza, es que aún persisten denuncios mineros dentro y alrededor
del pueblo. Pedro Brescia Moreyra, uno de los dueños del Grupo Breca y dueño de Minsur, también tiene
concesiones de minas en esa zona. Aunque no queda claro si alguna vez se animará a iniciar una operación en esta
industria. “No queremos más mina. No tendría sentido que hayamos puesto tanto esfuerzo en recuperar la
naturaleza para luego permitir un nuevo proyecto minero que podría volver a contaminarnos”, señala Gonzales
mientras camina por el campo de ichu que sembraron sobre lo que antes eran pasivos. Sueña con el día en que
recuperarán la producción ganadera que tuvieron antes de la minería.
Para este informe se solicitó entrevistas a los representantes de la Dirección General de Minería del Ministerio
de Energía y Minas (Minem) y al Viceministerio del Ambiente. Sin embargo, nunca respondieron.