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“No todos tenemos la culpa”: criminalización y estigmatización en la prohibición de limpiaparabrisas

Llegaron a este oficio por la necesidad y falta de oportunidades. A diario conviven con el peligro, el estigma y la pobreza. Ahora que les han prohibido trabajar en Lima Metropolitana, se quedaron sin una fuente de ingresos. La mayoría se dedicará a otra ocupación, también informal, pues las autoridades no les han dado otras opciones y ellos tienen que sobrevivir.

Por: Katherine Morales Alcalá
Publicado el 19 de abril de 2023

 

Entre las malgastadas pistas y el dramático tráfico limeño, algunos jóvenes se mueven  ágilmente entre los carros, mientras preguntan a los choferes si pueden limpiar sus lunas a cambio de unas monedas. Ninguna autoridad se había preocupado por su precarizado trabajo hasta los últimos días, cuando su oficio se convirtió en un problema de ‘seguridad’ para la capital. 

El alcalde Carlos Bruce fue el primero en anunciar que en Surco no se podría brindar este servicio. “No hay marcha atrás. Se dedican a otra actividad o deberán irse a otro distrito. Acá no van a poder”, dijo a los medios. Días después le siguieron los pasos los distritos de San Martín de Porres, La Victoria, Magdalena del Mar, Miraflores, San Juan de Lurigancho, entre otros. 

¿La razón? El 5 de abril un limpiaparabrisas asesinó a un conductor con unas tijeras tras negarse a que laven sus lunas. El responsable del crimen, José Alberto Jirón Holder, recibió ocho meses de prisión preventiva. Rápidamente, la condenable conducta delictiva de una persona condenó al estigma a todos y provocó que el 14 de abril la Municipalidad de Lima impidiera este oficio en toda la capital. 

Mientras los regidores celebraban la medida en el Palacio Municipal, en las principales avenidas de la capital, en medio del bullicio y el calor, los limpiaparabrisas Andrés, Gilbert, Lester, Darwin y Yanicel pensaban cómo se ganarían la vida ahora: ¿cómo pagarían el pequeño cuarto donde dormían?, ¿cómo mantendrían a sus familias?, ¿qué comerían al día siguiente?

La precariedad del trabajo informal

Dice Andrés (45 años) que todo lo que hace es para que su mamá compre sus medicinas en Venezuela y para mantener a su pequeña hija. Llegó al Perú huyendo del hambre y la dictadura de su país, como los otros 1,5 millones de sus compatriotas, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). No le fue fácil encontrar un trabajo. “Tenía un poco de dinero para invertir, pero no podía rentar un local para hacer una lavandería porque era extranjero, entonces me tocó limpiar lunas para sobrevivir”, cuenta mientras algunos conductores lo saludan desde sus autos. 

Trabaja desde las 11.000  a. m. hasta las 7.00  p. m. y en un buen día puede ganar alrededor de 60 soles. “Al principio no me alcanzaba porque pagaba 30 diarios en la habitación”, recuerda. Pero pudo conseguir un cuarto más barato. Ha escuchado sobre los recientes decretos que prohíben su oficio y no sabe qué hará, por eso siempre repite que “el trabajo no le sobra a nadie”.
 
Sin embargo, para algunos expertos, los recientes decretos y la ordenanza podrían ser inconstitucionales. “A mi criterio, las medidas que se han adoptado son totalmente desproporcionadas porque existen opciones mucho menos gravosas que podrían afectar menos el derecho a la libertad de trabajo y simplemente lo que se ha hecho es restringirlas”, explica el abogado laboralista Mariano Silva a la Unidad de LR Data. 

Este enrevesado camino también ha sido recorrido por Lester (58) y Darwin (23), migrantes venezolanos que suelen salir en grupo a limpiar los parabrisas de los carros. Los dos han intentado buscar empleo en otra cosa, pero nadie los contrata por su edad o nacionalidad: conviven con la discriminación en el día a día. “Además, los trabajos que podemos conseguir son todos de bajos recursos”, asegura Darwin mientras mira al vacío.

Todos llegan a este oficio por supervivencia “para generar un ingreso básico para alimentarse a ellos mismos o a su familia”, explica el sociólogo Robin Cavagnoud. 
Una salida ante la pobreza que se agudizó con la pandemia y “que también es bastante visible con los últimos flujos migratorios que llegaron al país, que son personas de sectores más populares y pobres”, agrega el investigador.  

La precariedad detrás de este trabajo suele tener solo rostro masculino, pues las mujeres son subestimadas e invisibilizadas. “Gano 30 o 40 soles, como soy mujer y no sé limpiar bien”, cuenta Yanicelli, quien comenzó en este recurso luego de ser despedida y porque tenía que mantener a su hija de 3 años. Con ese dinero compra el gas, paga el alquiler, la comida diaria y la manutención de la escuela de su pequeña.  

“Los venezolanos trabajamos en los que se nos ponga”, dice con firmeza. Pues, ahora que ya no le permitirán estar en las pistas con su trapo y jabón, probablemente, decida vender caramelos. La informalidad sigue siendo su única salida debido a la falta de oportunidades, así como el 19,5% de los migrantes venezolanos que se dedica al trabajo ambulatorio, de acuerdo a un estudio realizado por la organización Acción contra el Hambre.

“Ellos van a dedicarse a otras cosas, pero lo pueden hacer en condiciones más precarias todavía o en otros tipos de trabajos menos remunerados”, detalla Robin Cavagnoud, quien considera que con estas prohibiciones lo que hace es “rechazar el problema en vez de enfrentar la informalidad”.

El estigma y la criminalización

En las caóticas pistas limeñas, algunos limpialunas son solidarios con los nuevos que desean integrarse al oficio, saben que, a pesar de las carencias, siempre hay alguien que la pasa peor. Algunos tienen una habitación a donde regresar y pasar la noche; otros, como Gilber, llevan 150 días en la calle y 70 de ellos sin poder dormir. 

Originario de la ciudad de Barquisimeto, al noroeste de Venezuela, resalta por sus ojos cansados, delgadez y rápido hablar, cuenta que transcurrieron seis años desde que llegó al Perú y que ahora, con 28 años, ha perdido la noción del tiempo y el contacto con su familia: “No sé qué día es hoy. No sé nada del mundo. No tengo ningún número, no tengo internet, no tengo Facebook, no tengo teléfono. No tengo nada”, confiesa.

Desde que estaba en su país fue consciente de la carga discriminatoria contra este oficio: “El más vil, el más sucio, siempre ha sido el limpialuna”, lamenta. Ahora en Perú y tras recorrer Piura, Trujillo, Chiclayo y Lambayeque en busca de trabajo, también ha lidiado con el hecho de que todos piensen que puede ser un criminal: “No todos tenemos la culpa, uno no puede ver solo lo de las monedas, sino lo que uno tiene dentro del corazón.  Es duro, pero trato de darle cara a la vida”. Prueba de ello es que, según el INEI (2022), el 29,6% de las personas venezolanas se sintió discriminada, el 67,4% de ellos en lugares públicos.

El asesinato perpetrado por el limpiaparabrisas extranjero y el tratamiento de la noticia en muchos medios ha reforzado el discurso que “las personas venezolanas en el Perú son una población vinculada con el aumento de la criminalidad”, señala Jessica Maeda, abogada e investigadora en derechos humanos, especializada en políticas públicas con énfasis en la no discriminación.

Además, no solo se criminaliza a la población extranjera, sino también a los peruanos. No todos son delincuentes, sino que “son connacionales en situación de vulnerabilidad, porque para que una persona realice esta actividad económica estamos hablando de alguien que se encuentra en situación de pobreza o extrema pobreza”, agrega Maeda. 
 
El estigma ha provocado una escalada de violencia que ha dejado huella. Así lo muestra Andrés —delgado, alto y con unas cuantas arrugas propias de su edad—, quien lleva su mano a su rostro y señala su ojo izquierdo: “Perdí la vista por la xenofobia”. Un día, como cualquier otro, salió a limpiar las lunas de los carros cuando cuatro sujetos lo golpearon con un palo. La punta de este material le dejó una herida en su ojo, pensó que podría curarse, pero los médicos no pudieron hacer mucho. 
 
“Todo se lo dejo a Dios”, dice con un tono de resignación de quien sabe que la justicia es algo lejana, pues lo apremiante es seguir trabajando para vivir. Ha visto por la TV que las autoridades no quieren a los de su oficio en las calles y lamenta el estigma sin que haya matices: “Cada quien tiene que asumir su responsabilidad. Todos no somos iguales,” y así lo muestra una encuesta de Idehpucp (2021), en la que solo el 13,8% de peruanos señala haber sido víctima de un delito por parte de una persona venezolana.

“La discriminación ya se está manifestando en violencia verbal. Además, algunas autoridades relacionan a toda una nacionalidad con un acto delictivo, porque saben que van a encontrar aceptación en la población. (…) El siguiente paso es que tenemos casos de violencia física pese a que el tema de la xenofobia no es un problema nuevo”, detalla Jessica Maeda. 

Muchos de ellos han tenido que enfrentar a otros de su mismo oficio que son violentos. Lester (58) fue amenazado por uno de ellos, pues no quería verlo trabajar en su misma zona. Yanicelli cuenta que también se ha topado con algunos que son agresivos: “Les llamamos la atención y los sacamos para afuera”. Sin embargo, la gran mayoría son padres de familia que buscan algún ingreso económico.

¿Qué hace el Estado?

“Son una amenaza”, “los vamos a erradicar", “son un terror diario”, fueron algunas de las declaraciones de las autoridades limeñas antes de que la Municipalidad de Lima anunciara con satisfacción que iban a prohibir el trabajo de los limpiaparabrisas.   

“La ordenanza es para impedir o limitar el trabajo de los limpiaparabrisas. Hay un reglamento que se tiene que aprobar (…) y probablemente incluye a los conductores que permitan que esto suceda y se le aplique multa”, sostuvo Renzo Reggiardo, teniente alcalde de la Municipalidad Metropolitana de Lima, en conferencia de prensa. 

Días previos, algunas acciones municipales eran operativos de serenazgo que perseguían e, incluso, reducían a jóvenes que limpiaban las lunas. Uno denunció a La República que lo retuvieron por horas en comisarías, pero no quiso dar su nombre por temor a las represalias. La lucha contra la inseguridad ciudadana ya no era contra los criminales, sino contra los limpiaparabrisas. 

“Hay que hacer la división entre delincuentes y limpiaparabrisas. El problema de raíz es sobre las oportunidades de empleo, que no se resuelve prohibiendo oficios. Primero, porque será difícil la cristalización de la medida, no creo que la policía se involucre demasiado, más allá de algunos shows mediáticos que seguramente veremos los primeros días, tras la publicación de la ordenanza”, detalla Mariana Alegre, directora ejecutiva en Lima Cómo Vamos.

Junto a la prohibición, también se anunció que se iban a empadronar a los limpiaparabrisas para poder darles alguna opción de emprendimiento. La principal demanda de los ciudadanos venezolanos, pues, según el INEI, el 40,3% señala que su principal necesidad es el empleo. Sin embargo, no se dieron mayores detalles por lo que persisten las dudas: “¿Bajo qué criterios se hará?, ¿no se va a utilizar esa información para más bien perseguirlos?, ¿tendrán la confianza las personas que hacen trabajo en la calle y cuya ocupación es variable?”, cuestiona Alegre. 

En medio del temor y la necesidad, algunos limpiaparabrisas siguen saliendo a ofrecer sus servicios. Sin embargo, no pueden permanecer mucho tiempo en la misma zona, ya que los serenos vienen a sacarlos. Además, tienen que cuidarse de quienes usan su oficio para delinquir, pues las autoridades salieron a hablar sobre las medidas para erradicarlos, pero no para combatir la criminalidad.

“Debe haber mejoras en la inseguridad ciudadana (…) En esas zonas rojas se tiene que establecer una serie de medidas que van desde lo preventivo hasta lo reactivo. Si hay una zona donde suelen robar gente y no hay cámara, se ponen cámaras. Si los serenos no recorren esas zonas, entonces enviarlos ahí”, sugiere la directora de Lima Cómo Vamos.

En el aspecto preventivo está el crear oportunidades de trabajo. Algunos tenían otra ocupación antes de dedicarse a este oficio. Eran electricistas, carpinteros o microempresarios y otros no tuvieron los medios para aprender un oficio.

“La alcaldía debería preocuparse también por promover la generación de oportunidades de empleo. Se trata de buscar las herramientas del desarrollo urbano para propiciar zonas de desarrollo económico o temas de negocio para generar trabajo”, precisa Alegre. 

Así, personas como Gilber tendrán la opción de dedicarse a algo más estable y de su agrado: “Me gusta mucho inventar, crear cosas con madera, en carpintería. No me da pena vender, vendo lo que sea, tengo que trabajar en lo que sea. Soy una persona que se expone mucho, pero ya, fue lo que me tocó”.